Se encontraron en la frescura de la juventud llevando adelante sus estudios y un trabajo a tiempo parcial para compensar los gastos. Disponían de una beca y de alguna ayuda familiar, pero habían tenido que desplazarse a vivir a la capital, cerca de la Universidad y eso incrementaba los esfuerzos para su supervivencia.
Entre los libros de la biblioteca se cruzaron las primeras miradas. Las largas horas de estudio preparando proyectos les fueron acercando hasta que se sentaron juntos y se acompañaron de regreso a la residencia.
Quizá fue verdadera atracción o quizá la constancia lo que les llevó a un acercamiento que les empujó a dejarse llevar y comenzar una relación.
Tenían como aliado el ímpetu y la frescura en cada encuentro amoroso. Buscaban momentos improvisados a lo largo del día para robarse un beso, entregarse un abrazo, decirse un te quiero.
Avanzaba su carrera en los estudios y se fortalecía su vínculo como pareja. Decidieron vivir juntos y así compartir todo el tiempo que les quedaba libre. Despertaban con un abrazo y se dormían con un beso apasionado. Estaban agradecidos al destino por haberse encontrado. Se podría decir que eran almas gemelas.
Les gustaba sorprenderse con detalles por nimios que fueran con tal de ver la cara de ilusión del otro y una sonrisa que les iluminaba el día.
La sorpresa con la que no contaron fue el fruto de su amor. Un embarazo inesperado que les amenazó con congelar el presente y les hizo sopesar en la balanza la situación de su nuevo futuro.
Estaban al final del penúltimo año de carrera y él tenía claro que no iba a abandonar sus estudios. Se amaban y un hijo podía ser la culminación de su futuro legado, pero él dejó el peso de la decisión sobre ella. Pensaba apoyarla hiciera lo que hiciera, pero se sentía sobrepasado ante la toma de una decisión tan importante. Ella veía una dura bifurcación en su vida: elegía terminar su carrera o terminar con su embarazo. Una decisión postergaba la otra en el tiempo.
Necesitó el consejo de sus padres porque se vio abrumada ante aquella difícil elección. Ellos ya sabían que vivía en pareja y aunque no aceptaban que no hubiera una formalización, apoyaban a su única hija intentando aconsejarla lo mejor que podían. Sabían perfectamente que era una mujer independiente y capaz de afrontar cualquier reto.
Enterarse de que había un nieto en camino supuso una ilusión enorme, aunque comprendieron por el tono de voz de su hija que era inesperado y que se encontraba en un mar de dudas.
Como cristianos creyentes le intentaron quitar de la cabeza la idea de que perdiera a aquella futura criatura. Le dieron mil y una razones para convencerla de que aquel bebe era prioritario. Ella escuchaba en silencio queriendo encontrar ese convencimiento que le diera la seguridad y certeza de qué era lo mejor.
Biel, que así se llamó el hijo de ambos, era la alegría que iluminaba la vida de ella. Él continuó con los estudios del último año de carrera mientras ella intentó graduarse en alguna asignatura, pero ocuparse del pequeño era lo que la mantenía acaparada y le era muy difícil concentrarse.
Formalizaron su relación ante el juzgado porque los padres de ella se lo pidieron encarecidamente asistiendo al enlace.
Ella estuvo en la graduación de su marido con Biel en brazos y un pequeño resquemor recorría su conciencia por no estar allí arriba recogiendo su licenciatura. Así lo había elegido ella y debía aceptarlo.
Para él los años fueron encumbrando su prestigio de buen abogado. Ya tenía su propio bufete y algún trabajador a su cargo. Ella podía permitirse una guardería para volver a dedicar tiempo a sus estudios inacabados.
La misma distancia que se marcó en el terreno laboral comenzó a ir existiendo en su vida personal. Ambos llegaban cansados y las tareas domésticas agotaban las pocas fuerzas que les quedaban. Ya no se dormían con un beso, solo un lánguido buenas noches. No se sorprendían con un encuentro inesperado que les diera un poco de tiempo para ellos, para alimentar su amor. Los abrazos y los besos eran para su pequeño Biel.
La madurez y el avance en la escalera de la vida los situó en diferentes escalones. Él se cansó de mirar atrás para esperarla y ella se agotó de alargar el brazo intentando alcanzarle.
Si alguna vez hubo ilusión y pasión entre los dos ahora ya es una bruma que envuelve sus vidas. Se miran y son casi como desconocidos. Si se esfuerzan, pueden llegar a besarse para descubrir que son dos extraños con besos de arpillera.
Con la ayuda de sus padres para atender a Biel, ella terminó la carrera y comenzó a trabajar en un bufete importante de abogados.
Tuvieron la valentía de enfrentarse a su relación moribunda y decidieron que si la felicidad no se hallaba estando juntos debían darse la libertad de encontrarlo en otros brazos, en otro tipo de vida. El cariño y el hijo que les unía nunca se rompería y con ese respeto se separaron un día lluvioso de abril.
Los años pasaron para ambos y la madurez y los logros profesionales les convirtieron en personas serenas y satisfechas, sin embargo, ninguno de los dos encontró el amor en otra persona.
En la graduación de su hijo sus miradas se encontraron y un brillo diferente despertó algo en el interior del otro. Quizá en su corazón seguía vivo el amor pasional que un día les unió. Quizá debían darse una nueva oportunidad. Quizá no sería para siempre, pero la vida les enseñó una lección importante: no se puede dejar el curso de los acontecimientos en manos de la inercia de la vida. Si quieres conseguir algo debes luchar por ello y avanzar mirando siempre hacia adelante.
Paula Martín
Wow. Una historia tan cruda como la vida misma. Son situaciones que se ven a diario en muchas parejas de jóvenes sin experiencia en la vida, pero con grandes deseos de amar y alcanzar sus sueños juntos, hasta que llega el día en el que una tercera persona hace su aparición inesperada. Gracias Paulita por escribir tan bonitas líneas. Dios compensará tu esfuerzo y dedicación. Abrazos mil desde Medellín Colombia.
Muchísimas gracias por tus palabras, Oscar.